¿Lo que te hace diferente puede ser tu mayor fortaleza?

¿Lo que te hace diferente puede ser tu mayor fortaleza?

En el artículo que publicamos hoy, la destacada artista visual peruana y escritora Luz Letts, relata aspectos muy personales de su historia y de su vida; comparte generosa y abiertamente con nosotros cómo convirtió los retos en oportunidades y cómo puso en valor sus diferencias para convertirlas en sus mayores fortalezas. 

Los Otros Caminos

Escrito por Luz Letts

Mis manos son diferentes.  Me faltan algunos huesos y músculos; mis muñecas no se pueden flexionar y mis dedos pulgares son flacos, pequeños, no se doblan.  Sin embargo, yo tuve mucha suerte.

A principios de su tercer embarazo, mi mamá, se sintió mal. Su ginecólogo le recetó talidomida, unas pastillas desarrolladas en Alemania que se usaban como sedante y calmante de náuseas durante los tres primeros meses del embarazo. En Europa y sobretodo en Inglaterra se estaban usando mucho. Lo que no se sabía y luego de unos años se descubrió, fue que la talidomida causa malformaciones congénitas durante los primeros meses de la gestación.  En mi caso la talidomida sólo me afectó las manos, en cambio, muchos otros bebés nacieron sin brazos o sin piernas o sin ambos.

Mis pulgares son flacos y chiquitos y mis dedos son largos y estirados, algo angulosos. Tengo marcadas cicatrices alrededor de los pulgares. Los adultos nunca preguntan.  Sí noto que las observan con curiosidad, a veces, con incomodidad.  Los niños sí preguntan muy curiosos.  Les comento que soy prima lejana del Joven Manos de Tijera o que tengo unos genes anfibios.  Se ríen porque no me creen y me preguntan si las pueden tocar.

Cuando estiro la mano para saludar, me es difícil mover rápido mis pulgares porque no se doblan y no tienen fuerza así que acaban clavándose en la palma del saludado.    Aparte de eso, siempre se portan muy bien.  Bueno, a veces fastidian para abrir las puertas con llave o los pestillos muy duros. Tampoco son lo suficientemente fuertes para sostener un buen vaso de cerveza que resbala y al caer crea una gran conmoción.  Para evitar esos mal pases, suelo recurrir al dedo índice y el dedo medio.  Esa combinación de dedos me ha salvado a pesar de haber sido prohibida de usarlos como alternativa.

Me operaron las manos a los 3 años para ordenarme los músculos y asegurar los huesos con clavos.  Luego de la operación el doctor sugirió que me amarraran el dedo índice con el dedo medio en ambas manos para impedir que usase los índices como pulgares.  De esa manera estaría obligada a darle uso a mis pequeños y puntiagudos pulgares que, quizás, lograrían desarrollar sus músculos tenares que eran casi inexistentes. Mi mamá y mi abuela se encargaron de amarrarlos bien durante gran parte de mi infancia.   Lo que no impidió que dibujara.  Dibujaba siempre, era mi juego preferido y nunca pensé que estaba copiando lo que veía porque yo dibujaba lo que imaginaba.

A los ocho años me llevaron a Colombia para que me opere la vista un oculista muy famoso.  Era bizca.  Mis ojos tenían iniciativa propia, miraban desde distintos ángulos cuando se sentían nerviosos o débiles.  Mi mamá sabía cuándo me subía la temperatura porque mi ojo derecho se iba a conversar con la oreja y el izquierdo con la nariz.  No sucedía todo el tiempo.  Se trataba de unos músculos flojos que, a veces, no movían el globo ocular.  Sucedía cuando estaba distraída, nerviosa o muy feliz, bueno, casi siempre.  

Recuerdo a todo color cuando la monja de mi colegio de la infancia repartía las fotos tamaño carnet que nos habían tomado como registro.  Sonreía siempre al nombrar a la alumna que le tocaba ir a recoger la foto a su escritorio.  De pronto, se quedó mirando la foto que seguía sin mencionar el nombre de la alumna, su cara dejó de sonreír y se volteó a mirarme.  Bueno, dijo, ¡qué lástima!  y me hizo un gesto para que fuera a recogerla.  El eco de mis pasos se sintió en todo el salón.  Recogí la foto.  Había salido bizca, pero mi gran sonrisa delataba que mi imagen no lo sabía.  Le tengo gran cariño a esa foto porque me enseñó que lo que ven los demás no siempre coincide con lo que yo veo por dentro.  Saberlo me enseñó a crear mundos muy queribles y protectores.

El oftalmólogo de Colombia indicó que usase un parche sobre el ojo menos flojo para ejercitar el músculo del otro ojo.  Con mis dedos amarrados y un ojo vendado llamaba bastante la atención.  Con el otro ojo y gran esfuerzo por parte de mi pulgar derecho pude hacerle un retrato con el lapicero y el papel que me prestaron las enfermeras para que no aburrirme en la clínica.  Quedó igualito.  Alto, con su bata blanca, su cara larga y sus anteojos redondos.

Veo doble la mayoría del tiempo.  Todos vemos doble. Es por eso que los directores de cine o los fotógrafos cierran un ojo y estiran el brazo para aclarar la perspectiva de la foto o de la toma.  Los pintores lo hacemos y los que hacen tiro al blanco también.  Nos ayuda a precisar lo que vemos. Es un intento por fusionar la visión de cada ojo en una sola.  Cuando eres bizca la diferencia del ángulo de visión es mucho mayor.   Si tengo los dos ojos abiertos uno puede estar mirando arriba y el otro al costado. Lo que sucede es que mi cerebro registra las perspectivas de cada ojo por separado, como los pájaros.  Eso me lo explicó mi oculista actual.  

Cuando a los niños bizcos los operan después de cumplir los 5 años el cerebro ya se acostumbró a registrar la visión de cada ojo por separado.  Entonces me di cuenta que ver los objetos a mi alrededor algo inquietos y temblando no era común. Gracias a la explicación de mi oculista supe que era capaz de tener dos puntos de vista siempre. Lo cual es muy práctico si lo asumimos metafóricamente.

Pienso en los animales que poseen ojos a cada lado de sus cuerpos como algunos peces curiosos o en lo hábiles que son los pajaritos que pueden encontrar las semillas en el pasto y chequear al gato al mismo tiempo.  También pienso en Newton, al que le cayó la manzana en la cabeza, qué hubiera pasado con la teoría de la relatividad si lo único que le hubiera importado fuese el chinchón que le dejó la manzana al rebotar sobre su cráneo.  La otra teoría, la de la evolución de las especies, es el ejemplo más real de que a los problemas siempre se les encuentra una solución o, mejor dicho, una evolución porque genéticamente, los humanos, venimos de los chimpancés y, mucho antes, de una ameba.  

Mis manos son diferentes, se han desarrollado buscando su mejor versión, como esas plantas que crecen entre piedras o al borde de las veredas y, sin embargo, florecen y hasta dan frutos como los aguaymantos.  Esa sería una bonita metáfora, pero pienso que la adversidad de evadir piedras y cemento no fue mi caso ni con mis manos ni con mis ojos.  Al contrario, tuve mucha suerte porque poseer características diferentes es una manera de subrayar lo que todas y todos somos: únicos.  La vida, tenga la envoltura que tenga, es siempre una oportunidad y a los problemas, sean los que sean, siempre hay que mirarlos desde varias perspectivas.

Si quieres aprender más acerca de Luz Letts y de su arte, te invitamos a ver la entrevista que le hicimos en nuestro canal de YouTube, haciendo clic AQUÍ.

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